Si no se hace nada desde el Gobierno para imprimir mayor celeridad al combate contra la pandemia, el país difícilmente podrá dejar atrás los principales obstáculos que lo frenan en su tránsito hacia el final del túnel de la COVID-19: la escasez de oxígeno y los retrasos en el proceso de vacunación.
Sobre esta última, es innegable que el escándalo del caso “Vacunagate”, al estallar a la par con la escasez del gas medicinal y la incertidumbre sobre cuándo se logrará en el país la inmunidad de rebaño a través de las vacunas, ha impactado negativamente en la población; cunde la desesperación especialmente en aquellas familias con uno o más integrantes infectados, debido al calvario que significa conseguir lo necesario para salvar la vida de sus seres queridos.
Si ahora nos duele ver tantos infectados que con suerte consiguieron una cama en los hospitales, así como una cantidad creciente de pacientes que se han quedado en sus casas a padecer junto con sus familiares por la angustiosa búsqueda de atención médica, imaginemos cómo sería si llega una tercera ola de contagios.
De allí la importancia de pasar del dicho al hecho en la tarea de extremar los cuidados para no infectarnos. El Gobierno asegura que trabaja lento pero seguro para dar solución a la carencia de oxígeno, pero el día a día no se debe descuidar. Urge que el Estado se proyecte y trabaje en un escenario adverso, como la llegada de una tercera ola; es decir, mejorando sus estrategias de manera que los ciudadanos no bajen la guardia, pero de verdad, sin quedarse en una frase hueca.
Es oportuno hacer hincapié en ello porque el último lunes el Gobierno informó que la curva de fallecidos empezó a descender en 14 provincias y seis localidades en riesgo extremo mejoraron su situación frente a la emergencia.
El año pasado ya tuvimos este tipo de evolución positiva de las cifras, se pidió no bajar la guardia pero pudo más el relajo. Es urgente no tropezar con la misma piedra. El país debe salir de la cuarentena gradualmente, con medidas restrictivas más efectivas pero a la vez imprimiendo velocidad en la adquisición y distribución de vacunas, con estrategias para no excluir a los más vulnerables. Si no se hace nada, la vacunación podría prolongarse por tiempo indefinido.