Para muchos analistas y comentaristas, el presidente Castillo ha recibido un duro golpe en el primer día de visita de la comisión de la OEA. El grupo se reunió con el mandatario pero también con la oposición parlamentaria y los representantes del Poder Judicial y la Fiscalía, lo que significa que escuchó no solo el manido cuento del “golpe blanco”, sino también las versiones que denuncian la posible deriva autoritaria del país.
Claramente, la OEA no hará un pronunciamiento del modo al que nos tiene acostumbrada la prensa y los políticos nacionales.
El camino, en estos casos, es diferente y mucho más discreto. Sin embargo, lo importante de esta primera jornada es que por fin se conoce lo que ocurre en el país, que existe un Gobierno conducido por un irresponsable que parecía encarnar un cambio sustancial para el 50% de los ciudadanos, pero que ha defraudado la confianza de medio Perú y se ha dedicado a entregar por jirones el Estado a sus amigos, a sus compadres políticos, a sus exaportantes y a todos los involucrados en esta estafa que no merece llamarse gobierno porque es precisamente todo lo contrario. Los representantes de toda América están a punto de conocer el hundimiento nacional.
Perú es en todos los sentidos un país rico, pero tenemos en el poder a una banda saqueadora que llegó al poder con el disfraz del buen samaritano repartidor de la riqueza. “No más pobres…”, decía su lema más conocido. “Palabra de maestro…” era la otra frase con la que Castillo acostumbraba cerrar sus discursos a falta de argumentos o elocuencia. Arrastró tras de sí a un importante sector de la ciudadanía harto de la perpetua corrupción a la que parecíamos condenados.
Habíamos transitado el mal sueño de una crisis que nos llevó a tener en solo cinco años tres presidentes y uno de los parlamentos más obstruccionistas del presente siglo.
Claramente, este deterioro de la democracia había empezado antes, con una dictadura de diez años y con gobiernos que vulneraban el Estado de derecho de una y mil maneras.
Debe saber la OEA que Castillo, con su semianalfabetismo clamoroso y su pinta de ciudadano común, se convirtió en una esperanza, pero hoy se ha descubierto hasta qué punto es una mentira.
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