Mientras nuestros aguerridos integrantes de la Blanquirroja, entregándose del todo hasta conseguir una victoria histórica en el partido contra Colombia, resucitaron las esperanzas de más de 33 millones de peruanos tan golpeados por la crisis; el Gobierno vuelve a defraudar “al pueblo”, al darle la espalda a un ministro que llevaba semanas pidiéndole al presidente ser coherente y ponerse del lado de la lucha contra la ingente inseguridad ciudadana que agobia al país.
Simplemente no le hizo caso. Y, como ya es su costumbre, prefirió la indecisión y dejar que un problema totalmente solucionable crezca hasta convertirse en crisis.
En lugar de limpiar la Policía Nacional enviando a su casa a un insubordinado comandante general PNP, que se oponía abiertamente a las medidas urgentes emprendidas por el ministro Guillén (su jefe), desde Palacio, Castillo prefirió hacerse el loco y dejar solo a su propio alfil.
Como se veía venir, el exfiscal Avelino Guillén se cansó de ser desairado y dejado en el limbo y presentó su renuncia, una actitud que dice mucho de él, pero no por ello deja de ser una malísima noticia para los peruanos, quienes corremos el riesgo de ver empeorar aún más el desgobierno y el clima de violencia en las calles.
En un momento en que la criminalidad, los robos al menudeo, el sicariato y los delitos cometidos por funcionarios públicos, avanzan a pasos agigantados, lo menos que puede hacer el señor presidente es aceptar la renuncia.
Sería ceder a los caprichos del jefe de la Policía y traerse abajo las medidas y estrategias propuestas por Guillén.
Una vez más al primer mandatario le toca aceptarque elige mal a sus amigos, el general Javier Gallardo por ejemplo.
Al sentirse todopoderoso por el respaldo presidencial, este último simplemente estuvo haciendo y deshaciendo a su antojo en la Policía, como pretender descabezar y debilitar la Diviac, Dircote y Dirincri, entre otras importantes unidades de la Policía.
Al presidente se le acabó el tiempo para seguir blindando a su amigo y paisano. Señor Castillo, los peruanos están indignados de que, como usted mismo lo admite, use al país y en este caso específico a la institución encargada de velar por la seguridad ciudadana, como su tubo de ensayo para aprender a gobernar.
O cambia de actitud o la delincuencia se vuelve incontrolable.