Tenemos que insistir en que la crisis se solucionará cuando tengamos una mejor conciencia de que la democracia solo es posible cuando hay instituciones respetadas en sí mismas, confiables más allá de los nombres.
Sorprenden proyectos de ley como el de la congresista Rosselli Amuruz, que recorta, por vez única, el mandato del presidente del Jurado Nacional de Elecciones (JNE) y de la Oficina Nacional de Procesos Electorales (ONPE), pues fragiliza aún más nuestra endeble y parchada institucionalidad. En medio de la peor crisis de los últimos 30 años no nos podemos dar el lujo de probar bombones envenenados.
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La democracia, si bien es etimológicamente el “poder del pueblo”, no sería posible en la práctica si se cediera a todos los caprichos, vengan de la misma calle o de algún escaño. La democracia no se limita al ágora donde todos son capaces de hablar y decir lo que piensan: tenemos otras instituciones, como el parlamento, el Ejecutivo, el Poder Judicial y un larguísimo etcétera de entes autónomos que recogen nuestra voz pero deciden según las leyes que la ciudadanía ha jurado respetar. Parece que los parlamentarios que recientemente están elaborando “soluciones” bastantes peligrosas han sido ganados por el hastío de lidiar con este problema llamado Perú. ¿Podemos nosotros dejarnos llevar por el desánimo? Aún tenemos que dar más de nosotros, como individuos pero también como país.
Mantener la cohesión nacional es un enorme reto, más aún cuando voces extranjeras llaman a desgarrar al país. ¿De dónde viene este ataque a la hermandad latinoamericana? Naturalmente, de los que han vivido del cuento de la “democracia popular”, del “bolivarismo” y del mito buen salvaje latinoamericano. Aquí hay quienes se creen el otro cuento, mucho más peligroso, de que hay más razones en la fuerza bruta que en la tradición política que nos obliga a pensar en soluciones de acuerdo a la ley porque es la ley la que nos da un marco de acción y de conciencia.
Tengamos cuidado, a veces los enemigos están en el parlamento, en los divisionistas del Perú y en los infiltrados que llaman a romperlo todo. El pueblo está en medio como un desgraciado -e histórico- rehén de las más aciagas circunstancias.
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