¿Los congresistas creen realmente que pueden desmantelar las instituciones y esquivar olímpicamente no solo el juicio de la historia, sino el escenario inmediato de ingobernabilidad que podría acabar, incluso, con la representación nacional?
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Los “padres de la patria” parecen no haber terminado de comprender que vivimos en uno de los momentos de mayor precariedad institucional, de una legitimidad mendicante, como encerrados en un polvorín, a oscuras y con un encendedor que en cualquier momento uno de nosotros podría accionar. El problema mayor es que son los propios parlamentarios los que parecen estar disputándose ese honor.
Con ingenuidad, algunos analistas suponían que, agotado el ímpetu confuso de quienes pedían, por un lado, la renuncia de Boluarte y, por otro, la reposición de Castillo y la nueva Constitución, entraríamos en un periodo de paz que era preciso aprovechar para iniciar algunas reformas y sentar las bases de unas cuantas políticas fundamentales para sortear la crisis. En vez de ello, un congresista arma una ley para librarse de dar pensiones a su hija, otros reponen a 14 mil maestros, el presidente del Congreso es descubierto como plagiario y el resto -incluso algunos parlamentarios que gozaban de la mediana fama de “razonables”- se afanan en derribar a la Junta Nacional de Justicia.
¿Hacia dónde vamos con estas conductas? Evidentemente, a la fosa social, si es que no ocurre un hecho lo suficientemente poderoso para cambiar este rumbo. No nos referimos, claro está, a un nuevo capítulo de violencia política, porque el Perú no necesita de más fratricidio y desencuentros, sino unidad y voluntad para fusionar esfuerzos y salvar a las instituciones. Con ellas a buen recaudo es posible discutir todas las políticas, todas las ideologías, todas las transformaciones económicas y todas las redefiniciones del país, pues por encima de todo debate estará la ley, el principal código normativo de nuestra existencia como colectividad histórica. Sin nuestras necesarias instituciones, cualquier discusión sería vana pues habríamos caído en la barbarie y estaríamos a merced del fanatismo, de los extremismos que adivinan enemigos en el aire y que pretenden refundar la patria sobre las bases del odio. Tengamos cuidado.