El entrampamiento e imparable deterioro institucional en el que ha caído el país, irónicamente en plenas celebraciones del Bicentenario, obliga a los peruanos a optar por dos caminos: no hacer nada y esperar el colapso total de la república o comprarnos el pleito en el sentido de juntarnos en torno a la búsqueda de verdaderas soluciones a la crisis permanente que paraliza los principales sectores.
Lo máximo que ocurre ante cada escándalo de corrupción que involucra al presidente, ministros o congresistas, es que en diversos ambientes -durante el almuerzo en casa, en el mercado o en el centro de trabajo- se vuelve a escuchar frases como ¿por qué la calle no habla?” “Que se vayan todos”, uno que otro insulto a los corruptos en la calle o en redes sociales.
Más allá de eso, excepto desgastadas frases de hartazgo o indiferencia, no se visibiliza espacios de debate serio y reflexivo. Increíblemente, cuando más se necesitan propuestas viables sobre cómo volver a encarrilar al país, y quién es el más indicado para hacerlo, lo que más abundan son repetitivas opiniones políticas, ataques desgastados y pullazos pero nada o casi nada de análisis con propuestas serias para salir del entrampamiento.
Lo grave -según diversos analistas- es que esta situación de fatiga ciudadana, cansancio, indiferencia, desinterés y sensación de que ya no podemos caer más bajo y a nadie le importa, viene siendo muy bien aprovechada, consciente o inconscientemente, por el Ejecutivo y el Congreso para seguir destruyendo la institucionalidad a su conveniencia.
Seguir siendo observadores pasivos de un presunto cabecilla de organización criminal que se victimiza y juega al perseguido político o amenaza a una oposición cómplice que finge cuestionarlo pero lo sigue manteniendo en el poder por conveniencia, solo genera al país un clima favorable al deterioro de lo poco que queda de nuestra precaria democracia.
Así como la confusión y sensación de impotencia ante el caos son síntomas propios de una crisis, también es normal que la solución venga de la unión de profesionales, colectivos ciudadanos, medios de comunicación e instituciones. Lo primero, es dejar de atizar la polarización y alentar la reflexión sin apasionamientos para encontrar las salidas más salomónicas.
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