El Gobierno pretende llevar adelante una de sus tantas promesas hechas el 28 de julio pasado: asegurar el ingreso libre y gratuito a las universidades públicas.
El objetivo manifestado por el presidente Castillo es acabar con las trabas -económicas, principalmente- que impiden a los egresados de secundaria acceder a la educación superior; así también, se busca eliminar el modelo tradicional del examen de admisión, memorístico y analítico, aduciendo que este no refleja las capacidades del futuro estudiante.
Sería impropio analizar si esto último es real, pero no podemos pasar la página sin comentar que el examen de admisión representa la meritocracia, el esfuerzo de la competencia, algo que tradicionalmente se ha valorado en el sistema educativo superior peruano. Si se pretende echar por tierra esto, debe hacerse sin perder el horizonte o el mensaje del examen: la formación del carácter del futuro universitario.
Las opiniones sobre la posibilidad de esta medida son varias; hay quienes aseguran que es posible y quienes sostienen que es demagogia. Lo que creemos nosotros es que, incluso si asumimos que es posible o idóneo hacerlo, se plantea en un contexto en el que es difícil desligarlo de un intento populista de Castillo por conservar el poder de cualquier manera.
En un escenario de paz social o en condiciones de confianza económica y estabilidad política, habría sido distinta la discusión sobre esta importante reforma académica. ¿Qué podemos pensar, sin embargo, si se pretende discutir semejantes cambios cuando la Sunedu ha sido puesta de rodillas a los intereses de los comerciantes de la educación y de aquellos rectores de universidades públicas que quieren recuperar el poder feudal que ostentaban hace solo un decenio? ¿Qué podemos suponer si se pretende implementar tan profundas transformaciones cuando la popularidad de la casta política se encuentra por los suelos y se piensa echar mano de cualquier dádiva para recuperar algo de prestigio ante la opinión pública?
Las reformas educativas, las transformaciones económicas y las microrrevoluciones culturales son políticas en sí mismas, ciertamente, pero ello no justifica que aparezcan atadas a circunstancias tan superficiales, como la caída en las encuestas. Cuidado.