Los países -mejor dicho, los Gobiernos- suponen que discutir sobre ciertas viabilidades políticas es coquetear con la subversión, con peligrosos utopismos, con desmesuras ideológicas reñidas con la estabilidad que necesita una nación para crecer y desarrollarse.
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No obstante, en el Perú tenemos una discusión pendiente acerca de cuán viable es el modo como hasta ahora hemos entendido la democracia. ¿Nos gusta la manera como somos gobernados? ¿Nos gusta cómo se ejerce la independencia de poderes, cómo se toman las decisiones en el Legislativo, hasta qué punto ciertas decisiones -que, a nuestro parecer, podría tomar la ciudadanía- terminan secuestradas por especialistas que, inevitablemente, tienen más intereses que ciencia? ¿Tienen estos reclamos realmente que ver con el sistema, o deberían plantearse como una crítica a nosotros mismos, que en 200 años no hemos aprendido a vivir en un país institucionalizado?
No debemos temer a la discusión, si ésta es planteada con la finalidad de mejorar y que nuestro país empiece a caminar hacia su destino de grandeza. Proceder de otro modo, oponernos a cualquier debate o jugar a hacernos los dormidos, no ayuda a continuar con la construcción de esta patria. La discusión no necesariamente debe ser, como algunos podrían imaginar, entre socialismo y capitalismo, libertarismo o mercantilismo, sino entre seguir siendo cómplices del marasmo colectivo o apostar por un rejuvenecimiento mental que nos lleve de la decrepitud resignada al optimismo constructor.
Otro ejemplo de discusión que nos debemos como comunidad bicentenaria es hasta cuándo vamos a seguir siendo dependientes de lo que los gobernantes decidan. La libertad no significa solo ausencia de cadenas, sino capacidad para expresar todas las fuerzas creativas de nuestro ser. La libertad se construye de abajo hacia arriba, no es un regalo del cielo ni un favor de la corporación política. ¿Por qué confiar en migajas que nos vienen en formas de bonos, cuando podemos constituirnos en una sociedad de productores lo suficientemente capaz de resolver una vida? Para lograr esto no se necesita incendiar la pradera política, sino encarar los hechos con realismo. Cuando nos hagamos ciudadanos, podremos pedir limpieza al TC, al Congreso y al Ejecutivo, y libertad económica.