Quizás mucho más que en otros países, la corrupción -como el terrorismo- ha dejado severos traumas en la sociedad peruana. El impacto de la corrupción es tal que nos impide ver colectivamente otros problemas que también nos afectan y nos dañan colectivamente, como la ineficiencia de los funcionarios públicos, sujetos que, tal vez, no esconden en sus bolsillos los bienes del fisco, pero ocasionan imperdonable retraso en el desarrollo nacional o ponen en riesgo la seguridad de la población con su larga lista de obras inacabadas.
Existe una corriente de pensamiento -que, como otras tendencias surgidas en la experiencia popular directa, no suelen estar organizadas, sino que aparecen como expresiones espontáneas de hastío, como un honesto rugir de tripas- que prefiere perdonar al ineficiente, sea un alcalde, un presidente, un regidor o un dirigente vecinal, un policía, un médico, un director de escuela o un mal empleado, mientras no se le hallen pruebas de ladronerías. Hay una creencia de que, quien no roba, no merece el mismo castigo que quien holgazanea -aunque por ello cobre dinero de todos los peruanos-; peor aún, hay quienes suponen que el mal funcionario -malo en su desempeño- no merece castigo pues “no le ha robado a nadie”.
¿Acaso nos hemos olvidados de que no ser un ladrón no es un mérito, sino un requisito racionalmente esperable en cualquier ciudadano, labore para el Estado o para el sector privado o permanezca metido en casa contando las vigas del techo? Lo que no puede dejar de ser observado en un servidor al país es su diligencia para desempeñar sus funciones.
No podríamos asegurar en este momento si hay funcionarios en el GORE o en la Municipalidad de Piura, Castilla, Sullana o cualquier otra, que estén haciéndose del dinero público, pero las obras inacabadas de Reconstrucción, de mitigación de daños o las simples mejoras infraestructurales necesarias en cualquier ciudad son pruebas de falta de capacidad, falta de pericia y resignación a seguir siendo la ciudad y la región con mayores aportes al PBI, pero con una fisonomía que contradice dicha riqueza. ¿Acaso esperaremos a que se descubra un robo a nuestras autoridades para recién señalar su fallo como gestores?
Quizás no roben dinero, pero quienes no hacen nada nos roban el futuro.