El Jurado Nacional de Elecciones y la ONPE -envueltas en un escándalo de presunto fraude en los comicios del 2021- han calificado la jornada del domingo como “normal”.

Como se recuerda, ayer fueron celebradas las elecciones internas de los partidos y movimientos regionales. Pero ¿Cómo podrían ser “normales” unas elecciones en que el ausentismo fue notorio y cerca de un 20% de las mesas en Piura no fueron instaladas?

Lo que preocupa, como siempre, es la representatividad de los candidatos. Parece que no hemos aprendido la lección del año pasado: cuando Keiko Fujimori y Pedro Castillo pasaron a la segunda vuelta uno de los puntos criticados fue el escaso porcentaje con que ambos postulantes se disputaron el primer cargo nacional. En aquel entonces también hubo un ausentismo notorio en las urnas lo que llevó a que los peruanos en su gran mayoría no se sintieran adecuadamente representados por quienes finalmente resultaron elegidos como autoridades. En el plano municipal y regional esta situación podría replicarse creando condiciones para futuras crisis de gobernabilidad en Piura, en el norte o en todo el país.

Pero la culpa no es del elector. La ciudadanía responde a lo que considera una repartija descarada de números y posiciones en los partidos y en los improvisados movimientos regionales. La abrumadora presencia de listas únicas es una muestra evidente de que la democracia interna no está funcionando, que los militantes no la entienden y los jerarcas políticos no la practican. Las agrupaciones políticas siguen siendo los feudos de unos cuantos figurines y figurones que buscan perpetuar formas nocivas de gobernar. Por si fuera poco, a la carga de muchos candidatos consagrados por la falta de competencia se suma la repentina vocación de servicio de exfuncionarios que podrían ser los alfiles de aquellos que buscan evadir cualquier fiscalización al finalizar sus periodos.

Lamentablemente, este es el panorama de nuestra política y falta mucho para cambiarlo. Lo que queda en adelante es fiscalizar, verificar hojas de vida, involucrarnos en el adecentamiento de una campaña electoral que ocurre en un clima de descontento generalizado, de irritabilidad por el engaño y la defraudación que en menos de diez meses ha hecho añicos el sistema democrático.

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