Nuestro país es una especie de realismo mágico en versión pesadilla. Los más de 6.300 damnificados de la región se suman a los que duermen hace seis años en campamentos sin que nadie pueda explicar por qué los más pobres, los que viven más lejos de los centros urbanos y los que subsisten con el trabajo de sus manos tienen que pagar los platos rotos del abandono del Estado.
No estamos atravesando un fenómeno El Niño y eso es lo peor: ¿se imagina usted, caro lector, lo que serían las estadísticas de los daños si estuviéramos bajo las mismas o similares condiciones que en el 2017?
El Estado, sin embargo, pretendía así, contra lluvia y lodo, inaugurar el año escolar el próximo lunes: ¿puede imaginarse uno semejante despropósito sabiendo que las escuelas inhabitables son más de 700 solo en nuestra región? La presidenta, ante este panorama pavoroso, pide fe y expresa su dolor.
No nos importa su dolor ni sus condolencias, nos importan las obras que debieron ejecutarse desde hace siete años, pero que, al parecer, fueron encargadas a ingenieros y burócratas procrastinadores e indolentes. ¿Fue la ARCC la mejor idea? Antes creíamos que sí, pero ahora no lo sabemos.
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Funcionó mejor como una máquina de ideas (nunca aplicadas) y como agente bancario que como un verdadero ente impulsor de la transformación de las ciudades que demostraron estar levantadas sobre la vulnerabilidad y la apatía.
¿Es posible que la reingeniería anunciada por la presidenta Boluarte signifique una mejora real y sustancial de la ARCC? Es posible, tanto como lo contrario, que el remedio sea peor y que nos encontremos frente a una monumental estafa burocrática.
Pero no somos nosotros quienes debemos juzgar el devenir de las instituciones, sino las personas que en este momento dependen directamente de la buena voluntad del Estado, los damnificados, los potencialmente afectados, los que esperan con ojos nerviosos mientras ven que el río crece y los puentes se siguen rajando.
Son esas personas, los ciudadanos vulnerables, los que demandan la atención que por derecho humano les corresponde. Pero en este, como en otros casos, las tragedias no hacen más que escoger sus favoritos, sus eternos perdedores, sus inagotables sufridores.
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