Las palabras del primer ministro Aníbal Torres, se da en un contexto en que el Gabinete debe pedir al Congreso su visto bueno para poder trabajar y dar algún respiro al país luego de semanas de crisis y amenazas de uno u otro poder. No obstante, Torres ha salido con la intención de manejar la entrevista y dirigirla hacia sus enemigos políticos, la oposición a la que ha llamado “golpista”.

¿Es golpista el Legislativo por adelantarse a una situación de anarquía y caos, y ofrecer una solución a semejante problema? A estas alturas debemos tener claro que no puede ser golpista o antiinstitucional aquello que se base principalmente en la ley. Son los rufianes, los que delinquen y los que atropellan los derechos fundamentales del ciudadano, los que basan sus órdenes o sus directivas en cuestiones tan volátiles como la opinión y los intereses coyunturales. No es golpista la institución que, cuando las opciones razonables parecen agotadas, pide la salida del gobernante por las vías que el mismo sistema democrático provee.

A pesar de tener claro esto, también existe un criterio que es, incluso, más profundo que el de la legalidad: el de la legitimidad. Los actos políticos deben ser sancionados por la ley pero, principalmente, por la ciudadanía soberana. En ese sentido, ha habido un pronunciamiento por parte de ella pidiendo que tanto el Ejecutivo como el Congreso abandonen sus puestos y se retiren pues ninguno ha dado la talla para reclamarse mutuamente una actuación impecable. Más del 70% de la ciudadanía pide que el recambio sea total en un claro caso de castigo a la corporación política. A la luz de los últimos hechos de corrupción en los que se han visto involucrados congresistas, cobra sentido.

Nos acercamos al día de debate de la confianza al gabinete Torres y no es seguro que el tono beligerante de ciertas expresiones -sean de la PCM o del parlamento- pueda ceder paso a la racionalidad, a las maneras y, sobre todo, a la voluntad de construir puentes de diálogo y de intenciones sanas. Esperemos que pronto haya un entendimiento y que de ambas partes haya la hidalguía suficiente como para dejar a un lado los títulos, los honores y otras glorias transitorias para pensar en el Perú por sobre todo.