Parece que el “silencio administrativo” del Ejecutivo, que no da razón de los decretos que faltan emitir para financiar las obras de prevención en Piura no es casual. Como ya lo han advertido algunos dirigentes, el objetivo sería dilatar el tiempo hasta la época crítica del verano para no hacer otra cosa más que descolmatar los drenes, tareas menores que solo sirven para las tomas fotográficas pero que no disminuyen la vulnerabilidad de Piura frente a El Niño.
En otras palabras, parece que el Gobierno insiste en continuar con la política mentirosa que consiste en mostrar una cara a los piuranos, hacerles promesas que suenan bien y llenan de esperanza, pero que resultan falsas y solo después generalmente, gracias al trabajo de prensa se revelan como tácticas para ganar tiempo e inventar cualquier excusa para no trabajar. En efecto, proteger ciudades y regiones enteras del azote de la naturaleza no es fácil, menos aún con las concepciones atrasadas o falsas del Ejecutivo acerca de lo que ocurre, lo que se necesita y lo que se debe hacer.
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Pero hemos visto que esto no parece preocuparle mucho a Dina Boluarte o a Alberto Otárola o a las autoridades regionales pasadas y quién sabe si a las presentes pues ninguno ha considerado recibir los aportes de los expertos piuranos que, desde su posición en la sociedad civil, constantemente opinan y ofrecen sus recetas para evitar que la catástrofe sea mayor. Quizás sea así porque las propuestas de ingenieros y profesionales afines impedirían los raros negociados, las contrataciones mentirosas, la recolección de “diezmos” y otras tantas prácticas que han hecho que en el Perú las obras, en vez de ser puntos de partida para el progreso infraestructural, sean sinónimos de corrupción.
El alcalde de Piura, Gabriel Madrid, ha dicho que el martes se reunirá con las altas autoridades para agitar un poco a la sospechosamente aletargada burocracia estatal. ¿Tendrá éxito? Esperemos que sí, que su gestión dé resultados porque el tiempo corre en contra, no quedan ya seis meses para los trabajos, sino cinco o cuatro y medio; cada día que transcurre sin que se haga algo por la población es igual que condenarla al atraso, a la enfermedad y, en algunos casos, incluso a la muerte.