Para explicar los orígenes de la actual crisis política no basta con remontarnos a alguna falla o malentendido en los inicios de la república; hay que ver también lo que ocurre en los partidos políticos, si estos realmente son escuelas de democracia o si, por el contrario, son reproductoras de los vicios que agravan la corrupción generalizada de la sociedad.
No es una sorpresa que hace tiempo los partidos y los movimientos políticos dejaron de ser verdaderos voceros de la ciudadanía y más bien son clubes constituidos en torno a coyunturas específicas o intereses fugaces.
Este descuido y abandono del significado auténtico de las organizaciones civiles en una democracia ha traído como consecuencia una desviación ideológica grave que confunde la política con cualquier otra actividad susceptible de transformarse en una ocupación lucrativa. Lo que para unos es ocio, para otros es negocio y pronto se vacían los eslóganes, los himnos y las ceremonias de todo significado relacionado con el desarrollo, con la participación social y otros ideales.
A pesar de que todo esto no es una sorpresa -y que las propias militancias participan de este juego perverso con total cinismo-, es inevitable seguir soñando con la esperanza de que la colectividad sea redentora de sí misma.
Esta aspiración debería bastar para intentar rescatar las bases de la institucionalidad y el sistema. En otras palabras, necesitamos de formas de representación política más eficaces que superen la postración moral en que nos encontramos y la indigencia intelectual a la que parecemos sometidos por estos caudillos de papel que constituyen listas únicas y quiebran los modos más elementales de la democracia.
Urge un cambio de fondo y forma. Aún si la empresa transformadora nos resulta pesada o carente de estímulos, pensemos en la gobernabilidad: la ausencia de debate, de discrepancia y de competencia de ideas nos empuja a elegir entre improvisados o entre mafias.
La consecuencia directa de ello es que la ciudadanía se siente ajena a estos personajes que llegan a los más altos cargos y luego se encierran en sus despachos. Miremos lo que pasa hoy en Palacio de Gobierno, en el GORE Piura y en algunas alcaldías. Decenas de “listas únicas” son un peligro cuyos efectos se ven en la pobre inversión, en la pobreza creciente y la sempiterna corrupción.