¿Qué nos quiere decir la posibilidad de un empate técnico -34,2% de Pedro Castillo frente a 32% de Keiko Fujimori-? En principio, que alguien está haciendo las cosas bien y otro, por el contrario, las está haciendo mal.
Keiko Fujimori ha logrado mucho reincorporando a su padre en la campaña, lo que es beneficioso teniendo en cuenta que existe un gran número de fujimoristas fieles a la figura del fundador de Cambio 90. En el caso de Castillo, este ha suavizado un poco sus iniciales discursos, pero la cercanía de Cerrón –quien es el marionetero en esta puesta- resulta siempre sospechosa. Cerrón no solo hablaba de expropiaciones y de echar a los mineros. En algunas ocasiones mostró su lamentable lado antisemita y xenófobo –prometió echar a los judíos y extranjeros indeseables del Perú-. Si alguien está haciendo las cosas bien, es difícil saberlo. Es difícil saber si la realbertización de la campaña de Keiko está dando frutos seguros para la segunda vuelta, y es difícil saber si la moderación repentina de Castillo corresponde únicamente a una estrategia, a una coyuntura, o a un verdadero cambio de enfoque.
Lo que sí es seguro es que la elección estará en manos de ese alto porcentaje de indecisos, ese 33,8%, definirá el destino del país. Lo bello de la democracia es que, incluso, la disidencia es parte del juego, y así lo demuestran aquellos peruanos que no han enarbolado bandera alguna por distintas razones. No obstante, llegará el momento de decidir y entonces sabremos quién se erigirá como presidente o presidenta del Bicentenario.
Analicemos las consecuencias políticas, que, definitivamente, trascienden las partidarias e, incluso, las electorales. El voto que resulte en junio es un llamado de atención a las fuerzas políticas del país. No podemos seguir siendo una república fracturada entre el inmovilismo y el radicalismo. Keiko Fujimori sabe que el liberalismo a ultranza de su padre funcionó en su momento, pero hoy debe responder a una masa creciente de necesitados que el mismo sistema engendró. El radicalismo izquierdista peca también de no comprender que el Perú no puede ser un conjunto de soviets, sino una nación trabajadora, con una administración pública depurada y un sistema legal que castigue con eficacia y sin remilgos el delito.