Que al Gobierno central le haya dado la gana dejarnos sin feriado no fue impedimento para que algunos peruanos dediquen sus reflexiones a dibujar la trascendencia de Grau y su valor como inspiración para los ciudadanos de nuestro tiempo.
Vivimos tiempos de crisis institucional, de desconfianza y de inquina, tiempos que también vivió Grau, con retos que solo enfrentan los prohombres llamados a ser parte de la historia. Recordémoslo no solo en su fase de consumado héroe de guerra, sino también por su labor como diputado por Paita: el Caballero de los Mares, civilista por convicción, entregó un informe detallado de las falencias de la Marina peruana.
Advirtió, con ardoroso afán de servicio, de las deficiencias que esto representaba para la seguridad de una nación en tiempos en que todos los asuntos, incluso los más vulgares, se resolvían con fratricidas guerras. Grau sabía cuánto hacía por el país al pretender que el Gobierno asegure el status quo fronterizo mediante el acondicionamiento oportuno de la fuerza militar. Eran otros tiempos, pero tal vez no muy distintos a los de hoy.
A Grau no le dieron nada, pero él se dio por entero al servicio del país. ¿No es, acaso, una muestra de los valores que cada quien debería practicar? ¿No es el servicio a la Patria lo que más se necesita en estos tiempos de deserciones, cobardías y malcriadeces?
Necesitamos más réplicas de ese Grau, no en bronce o piedra, sino en carne y espíritu. Menos calles con su nombre y más peruanos con su actitud; menos desfiles y ceremonias, pero más compromiso. Nos arrebataron el feriado, pero todos los días podemos ser un poco de ese Grau preocupado por contribuir a la estabilidad y el progreso nacional.
Nuestras autoridades deben hacerse eco de esa vida heroica y nuestros parlamentarios deben honrar a ese sillón vacío del senador vitalicio de la república. El envilecimiento de las costumbres y las instituciones dista mucho de ese homenaje diario que debemos rendir a la patria.
¿Qué diría Grau si viera la Piura y el Perú de hoy? Debemos hacernos esa pregunta y respondernos con franqueza brutal; de esa manera, desde la honestidad, podemos empezar a construir un mejor país. El legado de Grau es ese: no un artículo de museo, sino una actitud desbordante de amor por el suelo y su potencial.