El flamante presidente del Congreso -quien juramentará hoy como encargado de la presidencia de la república-, Francisco Sagasti, tiene el enorme reto de unir a la población, trasladar el consenso entre las bancadas a esa calle desbordada que se pronunció contra el golpe de Estado perpetrado por el Congreso.
Esta tarea no es sencilla: vivimos en un país en el que cunde la desconfianza. Los peruanos no confían en sus políticos y éstos se apuñalan las espaldas a la primera ocasión. En medio de este desorden, Sagasti deberá conducir a la nación hacia las próximas elecciones, garantizando que el derecho al sufragio no será coartado nuevamente por aventureros con disfraces de políticos y profundizando las reformas que la ciudadanía reclamó mediante el referéndum. Así también, es preciso que convoque a un gabinete que continúe la labor emprendida por la gestión de Martín Vizcarra en relación a la pandemia.
La elección de Sagasti es oportuna porque cuenta con la aceptación de la mayoría del parlamento y eso garantiza que no veremos nuevamente un vacío de poder en el Ejecutivo ni en el Congreso; además, sabrá lidiar, con apoyo de la población, con los vaivenes de la política peruana, siempre inestable y aprendiendo lo que es la vida democrática.
La gran lección que nos dejan las últimas jornadas es que no se puede gobernar de espaldas al pueblo. No solo es necesaria la legalidad -que está aún en debate-, sino también la legitimidad que solamente otorga la ciudadanía. Nuestros tiempos son otros; no son los del silencio, sino los de la viva voz, los de la civilidad activa, de la defensa de los derechos, de la voluntad de construir un país más próspero, más decente y más humano.
Llegar a la situación actual costó más de un centenar de heridos y dos fallecidos. Es preciso que el nuevo presidente esté a la altura de semejante sacrificio y su gestión logre el equilibrio de las fuerzas políticas como un servicio excelso a la patria. De no ser así, la sombra del caos volverá a cubrir el cielo nacional y este país, sinceramente, está cansado de lo mismo, de la inestabilidad, de la incertidumbre y de los asaltos al poder por quienes no representan la voluntad popular.