La revelación de Vladimir Cerrón, sobre un supuesto “negociado” con la periodista Juliana Oxenford para hacerle una “entrevista amable” al expresidente Castillo cuando éste era candidato, puede leerse como una bajeza y una mentira más del prófugo cabecilla de Perú Libre, pero también como un ejemplo de lo fácil que es salir de un asunto embarrando a la prensa, aprovechando el desprestigio en que el otrora llamado “cuarto poder” ha caído. 

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¿Es justa la animadversión de un gran sector de la ciudadanía hacia la prensa?

Conviene revisar algunas cifras para entender esta relación elástica y de sospechas mutuas: los resultados de 2018 del Barómetro Global del Corrupción, que es un instrumento de medición elaborado por Transparencia Internacional, arrojaban que los medios de prensa peruanos alcanzaban 4,2 puntos de los cinco de la escala de percepción de corrupción. En ese año, en un contexto en el que la discusión sobre una futura pandemia era inexistente, pero la crisis política golpeaba a diario y el país era un escenario de adhesiones y traiciones insoportable, la prensa nacional era percibida como más corrupta que la Venezuela, Turquía, Guatemala, México, Francia, Argentina. ¿Qué ocurrió en los años siguientes? Recordemos la medición del Barómetro de las Américas, de mayo de 2022, cuando ya habíamos atravesado las peores crisis: el resultado fue que el 68% de los peruanos no confía en los medios informativos.

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Lo que tenemos frente a nosotros es la consecuencia de un largo camino de yerros equivocadamente llamados “empresariales”, que han privilegiado las afinidades amicales, ideológicas o financieras por encima de la información. Además de esta “culpa” corporativa, también existen las malas prácticas de individuos que, sucumbiendo a su afán de protagonismo, a los impulsos del ego o a la debilidad de la mano con comezón, han prostituido el periodismo hasta convertirlo en un discurso decorativo, una distracción, un meme del mediodía. Una democracia necesita de empresas y profesionales periodísticos fuertes, con la suficiente inspiración ética para llevar adelante la misión de informar y, consecuentemente, formar ciudadanos que hagan viables las instituciones. La prensa se debe a sus lectores, oyentes, cibernautas, etc. Para recuperar su confianza, debemos ser más atrevidos y menos “convenientes”.