En política no es inteligente abusar de los recursos cuando media tan poca distancia histórica.

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Fue audaz que Martín Vizcarra y su premier Salvador del Solar intentaran irrumpir en el Congreso del 2019 y comprobaran que el camino de la disolución congresal estaba abierto.

Tres años después, la táctica no funciona: el presidente Castillo mueve a su desgastado premier Aníbal Torres y pone en su lugar a la resistidísima y poco confiable Betssy Chávez con la intención de que el Congreso la rechace y el Ejecutivo pueda invocar el cierre del Congreso como un derecho (de conquista).

Lastimosamente (o por fortuna) esto no ocurrirá y hasta el cierre de esta edición la mayoría de votos en el parlamento era favorables a la permanencia de Chávez en el premierato.

En vez de estar diseñando estratagemas fallidas para derrumbar a un poder del Estado, el Gobierno debería trabajar: ¿ya viene la urea? ¿ya se resolvió el paro? Cierto, este parece haberse resuelto sin la participación de Castillo y los ministros involucrados.

Lo más penoso de estas últimas dos semanas es que el Estado se converte en una entidad irrelevante, un cascarón costoso sin mayor utilidad que depredar, a través de sus funcionarios, a los empresarios, los emprendedores, a los asalariados y a una larga fila de personas que luchan a diario para sobrevivir mientras ese nido de culebras llamado Estado rompe, rehace reglas y aprovecha sus prerrogativas con tanta incompetencia que terminan mordiéndose la cola.

Aunque el Congreso quiera jugar a derribar uno por uno los ministros, y esto parezca inteligente, nadie está pensando en la desazón del pueblo, en la frustración de una mayoría que, mientras el encarecimiento de los precios y la precarización del costo de vida aumentan, solo quiere volver a una forma limpia de hacer política.

Ni este Congreso ni este Ejecutivo nos garantizan que la gestión se vuelva transparente.

Los poderes están podridos (incluimos también al Poder Judicial que parece actuar como garante de los derechos de los delincuentes en vez de las víctimas).

Estamos a borde de destapar la olla de la frustración. Este es el costo de una suma abultada de errores políticos.

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