Imperdonable. Cuando el país se encuentra en vilo por el pronto inicio de la tercera ola, cuando la variante Delta ya se encuentra en varias ciudades del Perú, hay padres de la Patria (“padrastros” a veces o, como en este caso, “madrastras”) que se sientan en el temor de la ciudadanía y en el trabajo hecho a duras penas por el sector salud. ¿Qué dirá la congresista Rosselli Amuruz?, ¿Que con su “fiesta COVID” estaba ayudando a la reactivación económica, que era solo una celebración privada, que la inmunidad parlamentaria también la libra del coronavirus como dicen algunos memes?
Son estas lamentables acciones las que observa un gran sector de la ciudadanía que luego desestima todo cuidado y toda precaución, pues, ¿de qué sirve lavarse las manos y mantenerse en casa si los parlamentarios se dan la gran vida? ¿Por qué no puedo abrir mi bar o mi hotel -se preguntan algunos- si una congresista contrató todo un establecimiento para bailar encima de una barra mientras sus invitados, todos sin mascarillas, la aplaudían? ¿Por qué la diversión y el trabajo están vedados para algunos, por qué a algunos sí se les exige cumplir con un abultado protocolo sanitario, si a otros solo les basta la credencial del JNE para pisotear las normas?
En un país en el que la informalidad es la ley, las buenas costumbres constituyen una excepción, a veces, heroica. Esto no debería ser así: precisamente en estos tiempos de inseguridad y de fragilidad física y emocional, el cumplimiento de las normas de urbanidad elementales y la práctica de la empatía deberían ser parte de nuestro día a día. La experiencia histórica nos ha demostrado en casi dos años que el individualismo atroz y el “sálvese quien pueda” no nos guía a ninguna parte. Nos guste o no, todos estamos involucrados en esta búsqueda de un horizonte de progreso y salud. El éxito no puede estar disociado ni contrapuesto a la solidaridad ni al entendimiento. ¿Lo entenderán así los demás congresistas de Avanza País, o es solo un problema moral de la Sra. Amuruz?
Los políticos, en todo caso, nunca han constituido un ejemplo público para nosotros. Si algo nos debe mover a ser mejores personas, debe ser la esperanza en que nuestras futuras generaciones sobrelleven las crisis venideras con mayor entereza y lejos de los dilemas éticos que, por nuestro atraso, aún no hemos resuelto.