Es probable que el gabinete encabezado por Mirtha Vásquez logre la ansiada confianza del Congreso.
Si el anterior equipo liderado por Guido Bellido, radical y lleno de figuras polémicas, logró dicho voto, sería más lógico que el actual equipo, mucho más moderado, obtenga el voto parlamentario.
Además, el Congreso no querría enfrascarse por ahora en un conflicto abierto con el Ejecutivo. La baja intensidad del desencuentro entre ambos poderes es manejada con cautela, principalmente, por el Legislativo que se sabe actualmente más poderoso y con mayores posibilidades de asestar un golpe peligroso al Gobierno. Aún así, prefiere alimentar la tensión hasta encontrar momentos clave. Si este proceder es correcto, ético o propicio en un instante político y social como el que actualmente vivimos, es objeto de otro análisis. Lo cierto es que cada poder del Estado controla sus cartas como puede y el Legislativo parece aprovechar mejor el cálculo político, algo que se hace extrañar en el Ejecutivo. La agudeza no es un rasgo del presidente Castillo ni de su círculo.
Aún así, es probable que hoy el Perú tenga un nuevo gabinete consagrado con la venia del Congreso, lo cual daría paso a una serie de interpelaciones a ministros dudosos, empezando por el titular del Interior, Luis Barranzuela. Estamos comprendiendo que la lógica de nuestros congresistas es ofrecer una guerra en los términos planteados inicialmente por el Ejecutivo, una confrontación desgastante que termine por aniquilar los escasos cuadros que Perú Libre ha podido convocar para las más altas responsabilidades políticas. Al Ejecutivo solo le quedarán dos vías: colocarse en el centro político, desechando muchas de las promesas de campaña -Asamblea Constituyente, nueva Constitución, renegociación de contratos, etc.- en pro de la viabilidad política del país. También cabe la posibilidad de que Castillo y su grupo, en un afán desesperado por conservar el poder obtenido, opten por la radicalización, una salida no deseada que nos llevaría a los peores escenarios imaginados, algo que podría costarle al país décadas de desarrollo y crecimiento, y que profundizarían la inestabilidad del último quinquenio.
La decisión de mañana abre una serie de posibilidades a las que debemos estar atentos para que la democracia no se pierda en medio de una lucha fratricida.