Miguel Ramírez, periodista de investigación y columnista, aprovechó su paso por Piura para presentar su polémico libro “Historia de una difamación”. El evento fue hoy a las 10 de la mañana en el aula 3 del pabellón Gutiérrez de la Universidad Nacional de Piura (UNP). El Tiempo conversó con él.
– Cuando presentó el libro en la Feria “Ricardo Palma”, dijo que los periodistas vivían en una burbuja. ¿Podría ampliar esta idea?
Lo que pasa es que hay un grupo de periodistas muy fuerte en Lima, que han formado una especie de collera y se creen los intocables. De este grupo, unos firmaron un comunicado en contra de mi persona porque se enteraron que estaba investigando este caso (las supuestas relaciones entre el Sodalicio, el Arzobispado de Piura y una banda dedicada a tráfico de tierras) e iba a escribir un libro. En ese grupo estará Daniel Yovera, Paola Ugaz y luego se unió Pedro Salinas. Son periodistas que conocen mi trayectoria pero se plegaron a este grupete. Se ha perdido eso de ser tolerante con las diferencias.
– Todo el tiempo ha habido colleras periodísticas, pero ¿usted cree que eso afecta a la profesión?
Afecta tremendamente porque se pierde credibilidad. El periodista no es bien visto, más aún si se vuelve activista. El periodista debe ser imparcial. Eso lo hemos visto en la pasada campaña electoral, los periodistas eran activistas y algunos apoyaron a Castillo, pero mira cómo trató Castillo a la prensa, a sabiendas de que quería dañar a la democracia y a los medios de comunicación. Estaba en su plan de gobierno. Espero que esto nos ayude a ver el periodismo de otra manera, especialmente en momentos críticos como los que vivimos.
– Pero a veces se ve a la “gran prensa”, y parece que fuera difícil o imposible la disidencia. ¿Cómo balancear el periodismo como empresa y la capacidad del periodista para tomar decisiones propias?
Yo creo que depende mucho de quién dirige el medio, creo que eso es lo básico, las ganas de querer hacer buen periodismo. La prensa juega un papel muy importante: muchos de los casos de corrupción se han dado a conocer gracias a la prensa, incluso desde la época de Montesinos, que controló muchos medios, pero hubo un grupo que se mantuvo en la línea correcta…
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– Fueron pocos…
Sí, pocos, pero se fajaron: “El Comercio” , “La República”, etc. Depende mucho de quién dirija el medio, más allá de los intereses del accionistas o los propios dueños, si el director marca su línea, la cosa es así [acompaña sus palabras bajando las manos extendidas]. Por otro lado, si yo trabajo en un medio, tengo que coincidir con la línea. Los medios tiene puntos de vista diferente, respetables. Si uno no coincide, ¡pues adiós!
– Pero las personas no ven al periodista, sino al portador de una marca. Se ve, sobre todo, en las agresiones sufridas por la prensa.
Volvemos al tema de las colleras. Si agreden a un periodista de “El Comercio” o de “Willax”, nadie dice nada. Pero si el periodista es uno [del grupito], ¡la libertad de prensa! Estamos mal, hemos perdido la tolerancia.
– ¿Y qué es hoy la libertad de prensa?
Es la objetividad, la independencia. Yo creo eso. Pero, como te digo, todas las líneas las marca el director y el periodista debe ser consciente de que su línea es la línea correcta si está de acuerdo.
– Pero también podría interpretarse como una relación en la que el periodista es el “trabajador de…”.
No, me refiero a, por ejemplo, un medio que lucha contra la corrupción y si yo estoy de acuerdo y estoy con mi director [todo está bien]. No quiere decir necesariamente que si el director dice A, el periodista debe decir siempre A, pero tampoco te puede poner en la onda de [gira la cabeza]. Todos los periodiscos marcna su líneas. En Estados Unidos, The New York Times, Washington Post y otros marcaban su línea frena Trump. Para mí era claro que Castillo quería acabar con la democracia y la libertad de prensa. A la prensa la vapuleaba.
– ¿Y por qué ese discurso fue convincente para tantos periodistas?
Todos los políticos saben que eso le gusta a la gente, pero a nosotros, ¿qué nos pasó? Unos la teníamos clara y otros se burlaban, había un antikeikismo. Qué nos pasó es una pregunta que deberíamos hacerle a estos periodistas que se volvieron activistas.
– Yendo a su libro, “Historia de una difamación”, es como una revisión del armazón de un reportaje.
Es un libro estrictamente periodístico. No he entrado al tema del Soldalicio, de si hay negocios oscuros. El libro trata de la mala praxis del periodismo. Recordemos que el reportaje [en que se trataba de un presunto negocio ilícito] se basa en cuatro testigos. El testimonio más controvertidoes el Samuel Alberca, el exconvicto y fundador de la Gran Cruz del Norte, quien después se arrepiente y se sale. Me parece la parte más endeble del reportaje. Es el testimonio que más me impactó.
– ¿Por qué a veces fallan las denuncias?
Uno tiene que ser escrupuloso cuando su fuente es más dudosa, [debe] repreguntarle cuatro, cinco veces. En el caso del “Lunarejo”, sus exsocios iban a buscarme a “El Comercio”, pero no todo lo que me decían era verdad.
– ¿Por qué ya no hay mucho periodismo de investigación?
Ya se ha dejado de hacer hace buen tiempo el periodismo de investigación. Mi jefe de Ricardo Uceda, era la época de oro del periodismo de investigación. Pero trabajar un tema podía demorar tres meses. Además, mantener una unidad de investigación es caro, son periodistas que no producen todos los días. A veces hasta se burlaban en el diario. “¡Ahí están los ociosos!”. Se requiere plata para viajar, para encontrarte con una fuente -no para comprar información.
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