En este trance de su mandato, Pedro Castillo se ha convertido en un doble peligro para el país.
Primero, por la ingobernabilidad, pues un presidente con tantas investigaciones por corrupción es casi imposible que tenga cabeza para gobernar. Su prioridad hoy es tratar de bloquear las denuncias y pruebas que son cada vez más abrumadoras y contundentes.
Segundo, un mandatario acorralado por evidencias, testigos y pesquisas de Fiscalía, no le queda alternativa que apelar a la negación, pero lo más peligroso, azuzar a las masas, haciendo creer que es víctima de persecución política, y que la prensa es la culpable y por lo tanto, el “pueblo” y sus ronderos deben defenderlo en las calles.
Hasta ahora, ayudado por “Los Niños”, el Congreso sigue en modo contemplativo con la corrupción. El riesgo es que Castillo, acorralado como está y en un momento de desesperación disuelva el Congreso y convoque a la Constituyente. Esta decisión extrema es una posibilidad viable para salvarse de la justicia y la vacancia. El temor, si el Congreso no actúa antes, es que la crisis se complique mucho más y el país entre a una dictadura.
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