Horas antes de la presentación del gabinete de Aníbal Torres en el Congreso para solicitar el voto de confianza, una muchedumbre de peruanos llegados de las provincias, alentaba y auguraba éxitos a los ministros.
El propio Pedro Castillo, animado por las bandas de músicos, los despidió con abrazo y apretón de manos.
Hasta allí todo bien, lo intrigante es saber quién y cómo estas delegaciones provincianas financiaron su viaje a Lima. Para los analistas de la política, la estrategia es sencilla: utilizan manifestantes, como una forma de desmentir el amplio rechazo, más del 70%, a la gestión de Castillo y, por otro lado, atarantar a los legisladores “candorosos” y sin principios.
El juego de las estrategias, sin embargo, va más allá de la bulla callejera. El mismo legislativo atraviesa un corrosivo desprestigio que lo obliga a dar el voto de confianza, porque por encima del honor y el amor propio de ciertos parlamentarios, está el mantenerse en el poder aun a costa de la mentira y el tener que soportar a un gobierno sin liderazgo y sin rumbo, manchado, además, por la tinta indeleble de la corrupción.