Mirando el torrente de partidos inscritos para participar en las elecciones del 11 de abril, es válido preguntase: ¿A quiénes representan? ¿Qué ideología venden? ¿Cuáles son los objetivos que persiguen? ¿Quiénes lo integran? ¿Tienen perfil del votante que apoya?
Hasta ahora solo se percibe que muchos de estos partidos -que es seguro no pasarán la valla del 5% de la votación, según encuestas-, están conformados por los políticos de siempre. Camaleones que un día aparecen de naranja y otras de azul, morado o verde, de acuerdo a las circunstancias. Todos ellos dirigidos por líderes que en vez de ideología partidaria, enarbolan la bandera de la impunidad y solo ven al Estado como objetivo para sus negocios y poder.
La percepción que nos dejan estos partidos (y los políticos) es que se han desconectado totalmente del pueblo, empeñándose en una suerte de competencia despiadada por el poder a tal punto que han olvidado el significado de democracia en sus propias tiendas; pero el problema no es coyuntural sino crónico, lo arrastran hace más de 30 años. Al final son los gobernados los que sufren las consecuencias de esta informalidad política.