En las calles de Piura cualquiera hace lo que le da la gana. Algunas personas las cierran para celebrar misas, cumpleaños y bullicioso agasajos sin pedir permiso, menos al propio vecino. Las constructoras ocupan veredas y pistas con materiales sin preocuparles los problemas que genera al ciudadano y conductores.
Otras empresas, y también los municipios, bajo el argumento de la rehabilitación o “modernización”, igual toman posesión de las vías y plazas, las cierran sin preocuparse por comunicar al vecino, mucho menos darles alternativas para circular por vías alternas, señalizadas y con personal que imponga orden como ocurre hoy con el cierre de la Av. Cáceres, donde estalló el caos.
El problema no son las obras, sino la falta de empatía de las autoridades con el ciudadano. Se olvidan de su “derecho” y el respeto que merece para disfrutar y desplazarse con libertad en su propia ciudad. El sociólogo y político, Henri Lefebvre afirma que la ciudad es obra, apropiación y valor de uso común del ciudadano. En Piura cada quien se cree dueño de los espacios públicos y generan más caos que armonía y un pésimo ambiente para vivir.
