Los discursos del presidente Pedro Castillo desconciertan a muchos. No solo por el enrevesado y cantinflesco verbo que le imprime, sino también por inconsecuentes.
En la ONU recitó que había que “eliminar los obstáculos jurídicos, sociales y económicos que impiden el empoderamiento de la mujer”. En su gabinete, mientras tanto, tiene solo dos mujeres y un premier (Guido Bellido) que practica la misoginia con deleite.
Asegura que “el terrorismo es irreconciliable con los valores de la sociedad democrática”, pero alberga como ministro a Iver Maraví, comprometido con grupos extremistas sin deslindar con este caso; tampoco se mostró radical en su decisión de cremar los restos de Abimael Guzmán.
Invita a los inversionistas a venir al Perú, pero afirma que tenemos “corruptos para exportar” e insiste en la asamblea constituyente para cambiar las reglas de juego, además de la cantaleta de la discriminación. Es claro que Castillo tiene un discurso para la audiencia, pero este no es consecuente con lo que se ve y se vive hoy en el Perú. El resultado de esta dicotomía es la incertidumbre que deriva en crisis económica e inestabilidad política que a todos salpica.