Todas las críticas y estados de alarma que está dejando el COVID-19 se concentran hoy en lo económico y laboral de las empresas y la supervivencia de la población. Es decir, preocupa la paralización económica del país y también la situación laboral y financiera de muchos trabajadores que se han quedado sin trabajo o están a punto de perderlo. Sin embargo, poca importancia se está dando a la salud mental de las personas.
Los psicólogos y psicoanalistas de muchos países coinciden en que la situación que hoy viven las familias forzadas a casi “un arresto domiciliario”, con esto de la cuarentena alargada, es potencialmente traumática, pues se ha alterado totalmente su manera de vivir y ver la vida; han cambiado costumbres y sobre todo, viven en estado de pánico constante.
Hay angustia de ser contagiado, pánico a quedar sin empleo o sin alimentos; a todo ello se suma el drama de ver morir a los familiares más cercanos sin poderlos despedir como se acostumbra. Todo ello está dejando secuelas muy graves en la salud mental de las personas que podría ser peor que el mismo virus. De esto pocos se preocupan.