Nadie duda de que la Policía Nacional del Perú (PNP) es una de las instituciones importantes en el país; por algo su función principal es la defensa de los derechos de las personas y de la libertad individual; además de preservar el orden público. Sin embargo, los últimos acontecimientos durante la crisis política, ahondada por la presunción de corrupción y los cambios en masa, ha abierto la caja de Pandora.
Como toda institución, la Policía la conforman personas, muchas de ellas muy eficientes y responsables; quienes arriesgan su vida a diario en las calles al enfrentar a la delincuencia. Pero también hay otras que hacen todo lo contrario, se involucran con la corrupción; hacen alianza con la delincuencia y hasta se convierten en una amenaza para sus propios subordinados o la población, como en la última intervención en la que murió baleado un niño de 13 años.
Sin ánimo de echar leña al fuego, la PNP requiere con urgencia una reestructuración total; tanto de los mandos que no han podido responder con urgencia a los gastos de la pandemia, como a aquellos negligentes que van manchando con sus actos y sangre inocente el emblema de esta institución.