Según la revista científica “Nature”, el primer reporte del SARS-CoV-2 en aguas residuales se dio en febrero último en la ciudad de Amersfoort, Países Bajos, incluso seis días antes de que se diagnosticara el COVID-19 en esa urbe.
Desde entonces, algunos científicos han puesto la lupa en las alcantarillas de las diversas comunidades del mundo para monitorear los contagios de esta enfermedad, a partir del estudio microscópico de las heces de los pacientes infectados.
Los microbiólogos han ido más allá del simple rastreo de contagios. El pasado 28 de agosto, la revista de ciencias médicas Cell publicó un artículo (de revisión por pares) el cual concluye que las aguas residuales pueden usarse para monitorear en tiempo real la progresión o disminución del virus, así como para conocer las cepas virales que circulan en una determinada comunidad.
El estudio señala entre sus conclusiones que, el diagnostico a través del examen de las aguas residuales, sería más rápido que el de las pruebas clínicas.