El mes se acaba con cifras que no son precisamente alentadoras, pero que deben servirnos para no bajar la guardia frente al COVID-19. Sin embargo, hay algunos ciudadanos que, creyendo que no les pasará nada, se frotan las manos esperando el Halloween y el Día de la Canción Criolla para ganar unos cuantos billetes a costa de su propia salud y la de los demás. En ese sentido, es necesaria una invocación a las fuerzas del orden -la Policía, los equipos de fiscalización municipales- para que en ese día y esa noche impere la ley.
Nos encontramos en una encrucijada bastante particular: muchos países han visto con horror como la reapertura de ciertas actividades ha significado un rebrote de la pandemia. Aunque la mortalidad ha bajado, los servicios médicos siguen saturados y muchos empiezan a creer que la reanudación de las actividades comerciales y sociales debe ser mucho más cautelosa de lo que se pensaba. Nuestro Gobierno no es ajeno a esta preocupación y por eso los ministros se comen las uñas cada vez que se trata este espinoso tema y piensan y repiensan estrategias. Es bueno preocuparse cuando de por medio está la vida de millones de personas, pero también es necesario articular estrategias que nos permitan reactivar inteligentemente la economía: ganar y no morir en el intento debería ser el lema de la etapa que daría vuelta recién a la primera página del coronavirus en nuestro país.
La ciudadanía, por otro lado, debe pensar en términos altruistas: lo que haga yo no solo me afectará a mí, sino también a mi entorno. Esto sucede así porque, a pesar de la racionalidad, no somos seres enteramente desgajados de la naturaleza, sea esta el ambiente en el que vivimos o el entorno cultural que nos rodea y del que somos parte. Además, somos seres que convivimos de manera inevitable con otros sujetos que tienen aspiraciones tan legítimas como las mías. Habiendo internalizado dicha idea, entenderemos que al cuidarnos, nos cuidamos todos. Eso es pensar desde una perspectiva cívica, altruista, consciente y fraterna. El COVID-19, se ha dicho, llegó para quedarse, pero también es tiempo de crear cadenas de confianza. Por eso, si lo invitan a cantar con pisco y sin mascarilla el “Callejón de un solo caño”, no vaya, no arriesgue su vida. Comparta en familia, sano y feliz.
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