Es importante que hablemos de las consecuencias de esta grave crisis política, con el objetivo de ayudar a crear conciencia, propiciar una suerte despertar colectivo que nos ayude a entender que un país no puede cosechar riqueza de los escombros.
Sin embargo, a eso parecen llevarnos los falsos profetas de la política de una trinchera y de otra, los que dicen que no será posible ningún cambio sin una ruptura completa con el sistema económico y político, o los que juran que no habrá verdadera paz ni chorreo de capitales sin baño de sangre.
Siendo un país sobreviviente de la insania terrorista y de la autocracia de los 90, deberíamos tener claro que el extremismo, sea de izquierda o de derecha, no nos ayudará a salvar este país, levantarlo y volverlo nuevamente operativo, imán de multitudes, de divisas, de inversión y productor de empleo. No olvidemos que en años anteriores, cuando la insanía de algunos grupos empezaba a mostrarse, la mayoría del país encaraba a los revoltosos y anteponía a cualquier otra camiseta la del Perú, la que es blanca por la paz y roja por la sangre de los mártires que contribuyeron con su sacrificio a edificar una república. Ciertamente, es una república a medio hacer, pero ¿Dónde están los prohombres que se sentirán llamados a completar la labor heroica de cerrar el canon peruano de los héroes?
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Todas estas palabras cargadas de entusiasmo pueden parecer excesivas; sin embargo, son necesarias para contribuir a la formación de un espíritu patriótico necesario para superar las contradicciones que han convertido al Perú en un absurdo campo de batalla.
Las demandas, los supuestos ataques antirreglamentarios de la Policía, el vandalismo que se achaca a quienes protestan y pretenden llegar a Palacio o al Congreso, tienen que ver con la omisión del Perú como proyecto conjunto.
Nuestros gobernantes han obviado el hecho que, precisamente, la nacionalidad y el país se encuentran en construcción y es nuestro deber edificar, construir no las moles impresionantes de nuestros antepasados incaicos, sino ingentes estructuras espirituales: orgullo, nación, patria. De otro modo, estaremos al acecho de otros orgullos, de otras naciones con un destino y proyecto más claro.
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