En un diario de circulación local apareció el 13 pasado una foto con dos policías armados “custodiando el santuario del Señor Cautivo”; mensaje claro: la fe, la liturgia, pueden ser espacios peligrosos o vectores de contagio; por esto y leídas algunas opiniones, intentaré dar algún alcance o quizá ampliar la perspectiva sobre la conveniencia o no de celebrar públicamente la Santa Misa.
La Iglesia viene siendo más que respetuosa de las normas de bio seguridad dictadas por la autoridad “competente”; ahora bien, cuando digo competente, quiero destacar que, en esto, no sólo se trata de la simple opinión de alguien, ni sólo de una competencia profesional; estamos tocando un ámbito que nos trasciende, ámbito que sólo se puede tocar de rodillas, con fe y sumo respeto, aquí hay algo mucho mayor y que para entenderlo se necesita más que la simple sabiduría humana, por muy grande que sea, en palabras del mismo Jesús: “Aquí hay alguien que es mucho más que Salomón” (Mt. 12,42).
En este tiempo de pandemia, la Santa Misa ha sido alimento, fuerza, oxígeno, medicina, compañía, ánimo y consuelo no sólo para los enfermos sino también para sus familiares; remedio no sólo para la salud física, sino sobre todo remedio espiritual que ha sostenido y sanado a muchísimas personas; ha sido también “energeia” y oxígeno espiritual que dio a los médicos, policías y enfermeras, un sentido y esperanza para seguir luchando contra el COVID a pesar de la impotencia ante el desastre político, empresarial y sanitario, escasez y agiotismo en farmacias y monopolio del oxígeno.
Sólo Dios sabe cuántas sanaciones habrá obrado en estos días dolorosos, sólo Dios sabe cuántos milagros obrados por intercesión de la Virgen María y los santos y por eso me resisto y opongo a explicaciones simplistas, verdades a medias que pretenden justificar la prohibición de celebrar públicamente la Santa Misa en nuestras parroquias; sólo sé que la Eucaristía es Vida, es la fuerza de los débiles, es Pan de Vida y no daña, no contagia más que fe, amor, crea fraternidad, nos conecta con Dios, con Aquel que curaba toda enfermedad y que no tuvo a menos tocar a los leprosos.
Jesús, el médico por excelencia, sanador de todo tipo de enfermedades dijo: “Hay demonios que sólo se expulsan con oración y ayuno” (Mc. 9,29) “No teman a los que matan el cuerpo, pero no el alma” (Mt. 10,28). “Cuerpo de Cristo, sálvame; pasión de Cristo, confórtame”, sáname.