En línea con lo comentado la semana pasada, la propuesta es exponer al farsante, ponerlo al descubierto. Alternativamente, tener razones para creer y darle nuestro respaldo. Para eso hay que levantar las antenas y hacernos algunas otras preguntas curiosas.
¿En quién y en qué debo confiar?
Lo que vale la pena cuesta lograrlo. Somos un pueblo esforzado y escuchemos al que nos dice que debemos trabajar para labrar nuestro destino, pero que nos marca el rumbo para hacerlo, explicando lo qué se necesita. Ideas, habilidades y mucha voluntad. Buscar un líder, no un fanfarrón que expresa nuestras emociones y nuestras pasiones y capitaliza nuestra justificada rabia, manipulando los anhelos y la indignación, transmitiendo ira. Cuando se nota que “hay algo que no se me cocina”, lo sensato es desconfiar.
¿Y cómo lo hace?
Las promesas suenan bonitas, pero el embustero lo sabe muy bien y entiende que un pueblo con tantos padecimientos necesita aferrarse a una esperanza. Entonces no hay que quedarse en comprar las propuestas convincentes. Los planes nos deben convencer y son lo primero, pero deben estar seguidos de estrategias y cursos de acción: “Señor candidato, ¿y qué piensa hacer para realizar sus propuestas y lograr sus metas? ¿Cómo lo va a hacer? ¿Quién lo va a ayudar? ¿Cuánto va a costar, de dónde lo va a sacar y cómo lo va a pagar?”
Conclusión
La persona auténtica busca el bien común y no el propio. Sabe muy bien que lo que es de todos es también suyo y, por lo tanto, lo cuida y busca hacerlo producir. Estos son los recursos: tierra, capital, trabajo y tecnología. Si el personaje no actúa en su vida privada como lo predica en sus discursos, no hay que dejarse convencer.
El farsante debe ser expuesto, sin dejarse nunca convencer por discursos que mueven sus entrañas: odio, desengaño y frustración. El elector debe mantener vivas sus esperanzas, pero ser a la vez realista y no dejarse llevar solo por las formas, por las apariencias.
El zorro es experto en el engaño, pero el elector moderno ya no es ingenuo, pues ahora ya aprendió la lección. Ser bueno no es ser tonto. Todo lo contrario: es un buen negocio porque todos ganamos si actuamos como equipo y empezamos a confiar, si sabemos en quién confiar.
“Porque este es un pueblo que sabe ver con los ojos del alma” (Fernando Belaúnde, 1967).