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Cartas así ya no se ven
octubre 30, 2020
Autor: Victor Palacios

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Ahora ya nadie escribe cartas de amor como antes. Con la comunicación instantánea que existe ahora para qué, dicen. Si hasta puedes hablar mirándote recíprocamente con la otra persona, estén donde estén. Esto era inimaginable quince o veinte años atrás o más.

Escribir cartas de amor, en esos tiempos, era como una necesidad impuesta por el corazón y un acto muy personal e íntimo. Los más románticos prescindían a veces hasta de la máquina de escribir para escribirlas a mano y, al final, los más enamorados le decían a la persona amada que también le estaban enviando, estampado debajo de su firma, un beso.

Todo eso se ha evaporado hoy para siempre. Pero nada de lo que se usa ahora para expresar por escrito lo mismo supera, en esencia, las virtudes mágicas de aquellas cartas. Ellas exudaban pasión y ternura sin límites.

No hace mucho, en una pequeña localidad de los Estados Unidos, se halló, en el sótano de un viejo edificio, donde anteriormente había funcionado una oficina postal, un paquete de cartas viejas y sin abrir. Entre ellas una que, como las otras, jamás llegó a su destino. De todas, ésta última llamó más la atención. La había escrito un soldado norteamericano y remitido a su novia justo unos días antes del ataque a Pearl Harbor donde estaba destacado. Él nunca volvió a su país y ella nunca recibió esa misiva. Era una carta de amor escrita a mano.

En realidad, escribir cartas de amor fue una adicción en la también sucumbieron, en sus tiempos, muchos escritores. Como Juan Rulfo, por ejemplo. Clara Aparicio, quien sería después su esposa y a quien conoció cuando ella era apenas una adolescente de 13 años y él un joven de 26, fue la destinataria de una correspondencia suya que duró siete largos años. Y qué cartas.

En el 2000, Clara autorizó la publicación de ellas en un volumen que apareció con este título: “Aires de las colinas”. Clara, entonces, contó que esas cartas las había conservado a escondidas de Rulfo mientras estuvo casada con él. En una de esas misivas, éste le decía lo siguiente:

“Chiquilla: ¿Sabes una cosa? He llegado a saber, después de muchas vueltas, que tienes los ojos azucarados. Ayer nada menos soñé que te besaba los ojos, arribita de las pestañas, y resultó que la boca me supo a azúcar; ni más ni menos, a esa azúcar que comemos robándonosla de la cocina, a escondidas de la mamá, cuando somos niños”. ¡Qué carajo escribiendo este Rulfo!

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Victor Palacios
Editor web de El Tiempo y La Hora. Periodista y fundador del equipo digital del diario El Tiempo. Comunicador con experiencia en Marketing Digital, Data Analyst, SEO, Web Design, Email Marketing e Ecommerce.
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