Es claro que el presidente Pedro Castillo no tiene capacidad de oratoria ni mucho menos practica el arte de la política, de allí que confunde reiteradamente y con terquedad exasperante un mensaje presidencial con una diatriba sindical incendiaria; el típico discurso plañidero al cual le ha agregado una peligrosa dosis de división entre peruanos.
En su última visita a Puno lanzó arengas y fuego hacia la muchedumbre que se había reunido para escucharlo, incitándolos al odio hacia los “pitucos que viven en Miraflores o San Isidro”. Según el análisis de los sicólogos, es el típico resentimiento social que aflora y que en vez de unir alienta la lucha de clases, discriminación y odio entre los peruanos.
Castillo es tan obtuso que hasta ahora no se da cuenta que ya es presidente y que su función principal, además de gobernar, es unir a los peruanos, no que los divida entre ricos y pobres o andinos y costeños. Salvo que lo haga adrede, para dividir y así sumar adeptos que lo apoyen a salvar su pellejo de las diversas investigaciones sobre corrupción o de una probable vacancia presidencial.
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