Hasta el último domingo de noviembre los peruanos no habíamos caído en la cuenta que tenemos dos presidentes. Uno que despacha abiertamente en Palacio, recibe a ministros, embajadores y autoridades.
El otro, por la noche se transmuta en un personaje misterioso, cambia el sombrero por la gorra; se desplaza sigilosamente en vehículos con lunas oscurecidas, intentando no ser reconocido; y utiliza la casa de un paisano suyo para reunirse con empresarios y ministros.
¿Qué creen que conversa el presidente Pedro Castillo, con personajes que han ganado millonarios proyectos con el Estado… qué hace el ministro de Defensa, reuniéndose en secreto en una casa de Breña? ¿Qué tipo de tratos se hacen en este marco de clandestinidad? ¿Es legal y ético que un presidente tenga doble agenda: una para palacio y otra para atender a escondidas a amigos y empresarios que contratan con el Estado?
Castillo, lejos de aclarar los temas sembró más dudas en un mensaje escueto en el que intentó, una vez más, victimizarse; buscar culpables a sus reiteradas metidas de pata, sin explicar qué hacía con esos proveedores del Estado.