El domingo pasado se conmemoró el Día Internacional de la Mujer, en que recordamos los esfuerzos que se han hecho y se hacen para lograr que las mujeres vayan a la escuela, tengan más oportunidades en el ámbito laboral, compartan las tareas del hogar con su pareja, participen como autoridades políticas, y en general nos acerquemos a la equidad de género.
Aún estamos lejos de la ansiada equidad y, peor aún, las noticias todos los días de agresiones, abusos y asesinatos de mujeres y niñas nos recuerdan que hay mucho por hacer para lograr un trato igualitario en casa, el trabajo, la escuela y la sociedad.
Les estamos fallando a las mujeres que son agredidas cada día y a todas las que vivimos con temor de que un agresor se cruce en nuestro camino, en el de nuestras hermanas, hijas o madres.
Mucho por hacer a nivel de las escuelas, de las comisarías y de los servicios de atención a las mujeres agredidas. Mucho por hacer en el empoderamiento económico de las mujeres. En tanto, actuemos todos en nuestras familias.
Criemos a nuestros hijos hombres y mujeres como iguales. Que ambos participen de las tareas del hogar: desde freír un huevo y ordenar su cuarto, hasta lavar los platos y hacer las compras. Que ambos accedan a similares oportunidades: desde clases de deporte, hasta estudios especializados, como también la atención de los padres.
Repetir una división de roles en que solo las mujeres se encargan de las tareas del hogar abona en construir la percepción de que el hombre está para cosas más valiosas que la mujer, y que ella está a su servicio. Si se genera esta percepción, probablemente el hombre se frustre cuando más adelante en la vida, la mujer que sea su colega o pareja no acepte un trato desigual. Y la violencia estará a un paso de esa frustración.
Empecemos por casa. Todos podemos hacerlo. Instauremos la igualdad de hombres y mujeres, y con ello la tolerancia cero a la violencia contra la mujer.