¡Qué bien aprovecha el Congreso las crisis políticas y todo el barullo del fin de la campaña por la segunda vuelta presidencial, para abonar el camino hacia la aprobación de reformas que no tendrían legitimidad por su peculiar contexto y que ponen al sistema democrático en una situación bastante endeble!
Este abuso de poder lo perpetra el parlamento aprobando una cuarta legislatura, que es una manera exprés de atender los problemas urgentes del país. Los peruanos no merecemos que se provoquen más desequilibrios irresponsables.
Las reformas constitucionales, por tratarse indudablemente de temas de fondo de nuestro sistema político, merecen ser analizadas y estudiadas en un tiempo más amplio, que sean discutidas con la participación de diversas voces. En política, el apuro nunca ha sido bueno. El Congreso ha defendido su decisión argumentando que, por ejemplo, era necesario “hacer realidad” la lucha contra la corrupción, en alusión a que varias leyes referidas a esta materia que se quedaban a medio camino podrán ser aprobadas en un plazo más breve. Pero, ¿esto es lo que necesita la democracia en su hora más crucial, cuando se decide el destino de la patria? ¿No es precisamente ahora, cuando los ánimos están bastante alborotados, que el Poder Legislativo debe dar una muestra de verdadero compromiso histórico con el país y poner paños fríos sobre la frente afiebrada de la república? ¿No es acaso el parlamento similar en sus funciones al viejo sabio de la polis, demandando prudencia para ordenar el caos en que a veces puede llegar a convertirse la política?
Estamos a solo días de la segunda vuelta electoral. Cuando nos debatimos entre el temor a lo incierto y el mantenimiento de nuestros valores y prácticas democráticas, es preciso que la prudencia y la reflexión constituyan dos rasgos característicos de estas horas en que empieza a prepararse el cambio de mando, la transición en el poder. Debemos llegar a nuestros 200 años de república en democracia y sin máculas que puedan desprestigiar al sistema político. La estabilidad que tomó 30 años de construcción no puede ser barrida ni por el asedio del comunismo ni por los afanes tramposos de algunos parlamentarios que creen más en su prestigio personal que en la alta misión de preservar la ley.