Nunca es tarde para ese despertar al cambio de actitudes. Rectificar es lo propio del ser humano. En este sentido, parece que tenemos una mayor concienciación a nivel mundial, en reducir las pérdidas y el desperdicio de alimentos, algo vital en un mundo en el que proliferan tantas gentes afectadas por el hambre. Sea como fuere, no podemos continuar con el derroche de recursos. Los hábitos han modificarse; y, naturalmente hemos de hacerlo todos, desde aquellos que trabajan a lo largo de la cadena de suministro, intentando que el abandono de productos sea mínimo, hasta las propias familias no malgastándolos.
Quizás tengamos que planificarnos más y mejor, ser más cumplidores en nuestras actuaciones diarias, activando en nosotros horizontes más sensatos y sensibles con la propia naturaleza que nos sustenta. La innovación tecnológica debe de contribuir a otras formas de trabajo, que unidas a las buenas prácticas de gestión, contribuirán a ese imprescindible cambio transformador de menos deterioros y también de ausencia de dispendios.
La apuesta diferencial por un estilo de vida muy opuesto al presente, de consumo y producción responsables, ha de llevarnos a un cambio de paradigma en todas nuestras actividades. Seguramente, tendremos que valorar otros modos de sentir y hacer, más de reutilización y reciclaje, para salvar ese hogar común planetario al que pertenecemos por igual cada individuo.
No podemos seguir enfermos y contaminarnos de indecencias. Necesitamos sobreponernos de esta cultura viciosa, que todo lo corrompe y desvirtúa. Ojalá, los propios Estados con sus gobiernos al frente, comiencen por enmendar actuaciones y ejemplarizar su propio paso de servicio y liderazgo. Está en juego nuestra propia continuidad como especie. Con la mejora de nuestros recursos naturales y la práctica real de la ética en los modos y maneras de actuar, daremos un gran paso hacia adelante. Creo que va a poder ser posible este cambio, en la medida que aceptemos el mundo como espacio de fraternidad, como modo de donarnos y servir, universalizándonos en ese querer hermanarse.
Lo que no es ético, ni mucho menos estético, es continuar retrocediendo. Estamos aquí para dar vida, no para quitarla. El esfuerzo para reducir la pérdida y el desperdicio de alimentos nos exige otra formulación existencial más inteligente; tal vez, comenzando por lo básico, por no comprar más de lo que podamos consumir o por donar el excedente. Tolerancia y solidaridad deben empezar a cultivarse en todos los hogares del mundo.