Las manifestaciones sociales desde el cambio de gobierno asumido por el señor Merino, han empezado a cobrar sus primeras víctimas mortales, ante el triste silencio de quien ostenta la más alta representación nacional, demostrando a nuestro modesto entender, una incapacidad material para gobernar.
El fallido intento político de minimizar las marchas realizadas en diferentes ciudades del Perú, ha desencadenado la muerte innecesaria de hermanos peruanos que en su legítimo derecho a la protesta, han terminado asesinados de una manera por demás trágica, quedando evidenciado una vez más que el peor enemigo de un peruano es otro peruano.
Hasta que culminen las investigaciones respecto de los sucesos que terminaron por extinguir las vidas de nuestros conciudadanos, explicaciones y teorías de cómo se produjeron los hechos intentarán justificar sus muertes y seguramente más de un sector político se terminará victimizando; y muy pocos -al menos tenemos esa esperanza- harán ese “mea culpa” tan necesario en estos tiempos tan aciagos como los que estamos viviendo.
Deberíamos todos hacernos algunas interrogantes fundamentales: ¿cómo es que empezó todo esto? ¿esto es lo que merece nuestro país? ¿se justifica el exceso del uso de la violencia? ¿el silencio político es cómplice de estas muertes? ¿el cambio de mando presidencial es lo que realmente quería la población? ¿es ésta la lucha contra la corrupción a la que todos aspiramos?
Vivimos un oscurantismo político peligroso, que nos coloca ante los ojos del mundo como un país políticamente endeble, y en donde queda demostrado que el supuesto “castigo moral” en las condiciones dadas para definir que poder del Estado es el más fuerte, solo ha logrado descontento, caos y dolor nacional.
No más muertes, no más exceso de violencia, no más política partidaria sin política social, no más lucha de poderes, no más corrupción, no más saqueo económico y moral.
Así las cosas, y de cara al bicentenario nos preguntamos ¿qué es lo que vamos a celebrar?