Con la fiesta de San Juan María Vianey, párroco de Ars en Francia a finales de siglo XVIII, los párrocos hemos celebrado el día del párroco el último 4 de agosto, una fiesta cargada de gratitud profunda a Dios que nos ha llamado a su servicio a pesar de nuestras limitaciones; gratitud muy especial a nuestro querido pueblo, en favor del cual Jesús instituyó el sacerdocio; en tal sentido, los párrocos hemos sido abrumados de bendiciones, se nos dio no sólo el sagrado ministerio sacerdotal, sino también ese hermoso regalo de ponernos al servicio de su querido y amado pueblo rescatado por la sangre de Cristo.
Por esa razón, en tal fecha, toda celebración debía girar, no sólo en el sacramento del sacerdocio, lo cual se hace el Jueves Santo, sino, sobre todo, en torno a los parroquianos; no se es párroco sin sus parroquianos; de allí que hemos de agradecer a tantas familias, personas, amigos, bienhechores que han estado siempre allí junto a sus párrocos.
Servir al pueblo de Dios es no solo una hermosa tarea, sino sobre todo un hermoso regalo de Dios; ese pueblo como nuestra familia, nos acompaña, sostiene, comprende, alienta, edifica y también nos soporta; cómo no decirles gracias, cómo no recordar y reconocer todo lo que hace por nosotros, cómo no ponderar su militancia y prontitud a nuestro llamado.
Este pueblo, en tiempos de urgencias, aislamiento y templos cerrados, han sabido estar allí; y no sólo los que estuvieron siempre sino también muchos otros acudieron a nuestro llamado de solidaria caridad en favor de nuestros hermanos necesitados; todas las campañas en favor de nuestro pueblo han dado resultado gracias a la generosidad del pueblo de Dios que sabe “dar desde su pobreza”.
Los párrocos en esta pandemia hemos sido canalizadores de la bondad y de la misericordia de Dios cuya providencia se manifiesta a través su pueblo; hemos sido testigos de que no está bien que unos cuantos den bastante, sino que es mejor que muchos, den, aunque sea, un poquito; mis cinco panes y dos peces junto con los tuyos, sí alcanzan para ayudar a nuestros hermanos más vulnerables.
Ese pueblo de Dios que llamamos nuestra parroquia merece toda alabanza y gratitud, renovar y testimoniar a ellos nuestro afecto de Pastor según el Corazón de Dios, ofrecerles un mejor y más oportuno servicio pastoral en todo tiempo y lugar; el laicado “es el corazón del mundo en medio de la Iglesia y el corazón de la Iglesia en medio del mundo”, Gracias totales.