En los actuales momento el Perú es como un paciente que necesita urgente atención. El primer paso para atacar las enfermedades que lo aquejan como es el deterioro institucional; el enfrentamiento entre un Ejecutivo y Congreso cada vez más deslegitimados; permanente inestabilidad política; crisis económica y desgobierno; es aceptar que no está bien y que necesita urgente tratamiento.
Si no es atendido lo antes posible, es decir, mientras más se demore su exposición a los agentes causantes que lo infectan, más difícil será el alivio y peor aún la curación.
El diagnóstico del Perú descrito el pasado miércoles por la Conferencia Episcopal Peruana, sí que es preocupante: “Alarmantes niveles de descomposición política, social, económica y moral”. A estos síntomas se suma “la desconfianza de un gran porcentaje de la población, pérdida de credibilidad y gobernabilidad.
El último jueves, esos dos agentes patógenos volvieron a hacer lo de siempre: jugar al teatrito del malo y los buenos, con el premier puesto supuestamente contra las cuerdas por los “implacables” congresistas interpelándolo indignadísimos por incentivar a la violencia; para luego enmudecer por temor a ser disueltos, ante el tono burlón del interrogado: “censúrenme si pueden”.
Es decir, la supuesta acción de control fiscalizador del jueves no sirvió ni para hacerle cosquillitas a un premier que defiende a capa y espada a un presidente con un torrente de indicios y pruebas de corrupción en su Gobierno, lo que hicieron fue ratificar la alianza perversa entre ambos poderes: “Nos quedamos todos”.
Hace bien la Iglesia en dejar en claro que el diálogo al que se está exhortando a la sociedad y a los poderes del Estado, no es ese contrapunteo hipócrita con el que Castillo y sus congresistas aliados ocultan la principal enfermedad que es el saqueo del Estado; el llamado es a que dejen de ignorar a la población. Y lo que el pueblo (“el consenso social”) les está pidiendo es “una transición política”, adelanto de elecciones generales.