La vacancia de Vizcarra no solo es improbable a estas alturas, cuando han quedado al descubierto ciertas maniobras políticas de fondo, sino que es innecesaria y altamente peligrosa para la poca estabilidad que le queda al país con la pandemia y la crisis socioeconómica y laboral encima.
En este punto hay que distinguir entre la defensa al presidente Vizcarra y la defensa de la gobernabilidad. Defender la continuidad del mandato de Vizcarra no significa un acto de genuflexión ante el Gobierno de turno, sino una estratégica medida para impedir que la crisis nos terminen de hundir en la anarquía y para tener aún ese contrapeso político que pueda exigir al Congreso completar las reformas políticas.
La ciudadanía no se ha olvidado de lo que dictó en las urnas: se necesita sanear la política para permitir el despegue del país.
Hay, sin embargo, malintencionados -abogados de cartón y hojalata, algunos de ellos- que ya están cocinando, a través de las redes sociales, el ánimo para que el Congreso lleve adelante la vacancia y la gente piense que así se libra de un dictador. ¿Es esta una dictadura? ¿Han sido intervenidos los medios de comunicación? ¿Han sido suspendidas las garantías fuera del marco de la emergencia?
El pecado de Vizcarra, para estos azuzadores, fue cerrar el Congreso y mandar a su casa a 130 personajes que fracasaron como representantes de la Patria, la mayoría de ellos asociados a una organización investigada como asociación criminal, y otro tanto ligado a un expresidente que murió sin esclarecer las legítimas dudas de todo un país.
Sí, Vizcarra ha cometido errores también y seguramente será investigado por ellos, pero debe culminar su mandato porque al país no lo pueden secuestrar un excontralor investigado hasta en las orejas y un presidente del Congreso de indigencia intelectual evidente en cada discurso suyo. Si ellos son la cura…
En todas estas crisis los que màs pierden son los pobres de nuestro país, quienes se encuentran siempre en el limbo, esperando que las cosas marchen mejor para ver si un mendrugo les cae. A eso los ha acostumbrado la clase política, la misma que quiere jugar a poner y sacar presidentes sin tener en cuenta el horizonte débil de las instituciones y la necesidad de fortalecer la democracia a toda costa.