Las cifras dadas ayer por el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI) sobre el avance del feminicidio en Perú entre el 2015 y 2022, preocupan, duelen e indignan. Las 1.045 peruanas asesinadas en este periodo -en su mayoría de entre 18 a 39 años- por varones que terminaron asesinándolas porque supuestamente las amaban, genera impotencia, vergüenza como sociedad y una larga cadena de violencia.
Se trata de una “epidemia histórica” que, a diferencia del COVID-19 o del dengue que tiene oleadas y picos pero luego descienden, tiene un efecto no solo permanente sino que cada años se agrava más.
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De acuerdo a la data oficial, hasta el 2021 se habían registrado 898 feminicidios y el 2022 esta cifra aumentó a 1.045, es decir 147 más. Lo preocupante, además del incremento de víctimas, es que se va debilitando la respuesta del Estado y de la sociedad misma para hacerle frente al monstruo. Así lo refleja el hecho de que, de estos 147 nuevos casos de femicidio perpetrados entre el 2022, solo 72 de los asesinos están encarcelados. ¿Qué pasó con los otros 75? O están procesados en libertad o se fugaron amparados en una justicia blanda; y así va creciendo un manto de injusticia e impunidad alrededor de tan horrendos crímenes.
De allí que la mexicana Julia Monárrez, haya definido el feminicidio como “el asesinato masivo de mujeres cometido por hombres desde su superioridad de grupo”; ello ante la “complacencia política de las estructuras sociales que lo permiten, lo toleran y lo amplían”.
Este año solo hasta abril ya se habían reportado 51 feminicidios en el país. Para los especialistas, es muy probable que de la misma manera como la pandemia del Covid-19 incrementó el riesgo para las víctimas de violencia en el hogar, las lluvias que se avecinan elevarían los casos de maltrato, acoso, violaciones y feminicidios. En tal sentido, con miras a atacar el problema, el Gobierno a través del Ministerio de la Mujer, pero también el GORE tienen que preocuparse en generar condiciones favorables para que las víctimas adquieran mayores oportunidades laborales y soporte emocional a fin de adquirir autonomía económica y mejoren su autoestima. Es común que las víctimas se resistan a salir del círculo de la violencia justamente por su total dependencia económica e inestabilidad emocional.