En agosto, tras conocerse que Javier Milei había arrasado en las primarias argentinas, la reacción de los mercados no fue la mejor: era comprensible, pues el candidato libertario precisamente, el mayor defensor de la libertad de empresa representaba una enorme y peligrosa incógnita. La expectativa cambiaria pasó de 320 pesos por dólar a 700, el cálculo de la inflación se disparó y, como ocurre en toda elección latinoamericana, la prudencia empresarial se transformó en fobia al más mínimo cambio. Tres meses después, Milei es el electo presidente argentino y, como se presume, el impacto de este resultado es, en términos económicos pero también políticos, continental.
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Si Milei abandona ciertos prejuicios ideológicos e implementa sus teorías gradualmente, podrá beneficiarse de las expectativas de aumento de la balanza comercial en US$ 25.000 millones para el 2024. Aún así, su mayor tarea será atacar la inflación y acometer el invocado “ajuste” del gasto público. De salir exitoso en estas pruebas, Argentina podría exportar un modelo austero y técnico, contrario a la corriente asistencialista dominante.
Pero, desde luego, habrá una sacudida política por estas tierras. No hay que aclarar que, a diferencia del proceso político peruano, el argentino ha sido mucho más orgánico. A pesar del trauma de las dictaduras de izquierda suponiendo que el peronismo sea de izquierda y de derecha, los miles de desaparecidos y gracias a su pesado destino de ser el epicentro cultural sudamericano, Argentina ha logrado poner en marcha proyectos de larga data y practicar la alternancia, hasta la llegada de Milei como una expresión de cambio urgente decir si para bien o para mal, es prematuro. ¿Podremos aprender algo de ello?
Necesariamente, el Perú necesita volver a sus viejos partidos en tanto cascarones identitarios, nombres bajo los cuales se lleve a cabo una renovación profunda e impostergable para salir de la informalidad y empezar a crear procesos de larga trascendencia, proyectos de país. Es probable que la irrupción de la ideología libertaria bastante exótica para nuestro medio, como lo fue el liberalismo vargallosiano a fines de los 80 pueda reescribir la gesta del discurso antisistema y, en contraparte, dar pie a la recreación de la competencia política en términos más serios.