El cruel asesinato de una trabajadora municipal piurana a mano de delincuentes es la culminación de una escalada de violencia que se ha apoderado de las calles en los últimos años, aprovechando las deficiencias de las instituciones para hacer frente a este problema que, sin duda alguna, nos golpea a todos.

¿Qué nos dicen las autoridades policiales? Que no hay problema, que las cosas están bajo control, que no es necesaria ninguna declaratoria en emergencia, que las cifras dicen que no estamos tan mal si nos comparamos con Trujillo o Chiclayo. ¿Qué dice, sin embargo, la ciudadanía? La población quiere resultados, quiere delincuentes presos, quiere calles seguras y espacios donde las familias puedan disfrutar sin temor a un “marca”, a un asaltante al paso o a terminar en el fuego cruzado de las bandas enemigas. La Policía debe ser la primera en reconocer que la inseguridad ha pasado de las llamadas periferias a los centros urbanos: el centro histórico de Piura, por ejemplo, es escenario frecuente de robos cuando antes esto era impensable. En una agencia bancaria uno puede ser víctima de una bala perdida y convertirse en otro caso sin resolver.

Estamos de acuerdo en que la delincuencia, como la violencia en general, es un problema estructural y que su solución no pasa simplemente por incrementar la represión, sino por considerar múltiples variables y proponer distintas reformas. No obstante, es impensable creer que los vecinos esperaremos hasta que las raíces de la delincuencia, la pobreza, la exclusión o incluso la maldad humana sean resueltas para poder salir a las calles a pasear con total tranquilidad.

La búsqueda de una solución realista debe darse al mismo tiempo que se asegura el derecho de la ciudadanía a vivir en paz. Contener la delincuencia mediante métodos disuasivos más fuertes es, a nuestro entender, una opción y por eso es válido el pedido de los alcaldes al Ejecutivo para que se declare Piura y otras provincias -es decir, la región entera- en emergencia.

Es evidente que la Policía se ha visto rebasada materialmente por los criminales y que es, a pesar de la buena fe de los oficiales y sus subalternos, inoperante frente a los “marcas” y sicarios que aguardan en cada esquina a sus potenciales víctimas. No podemos ser indiferentes ni dejar que el tiempo pase sin hacer nada.