En opinión de algunos economistas, el Perú se encuentra en recesión: la pobreza habría aumentado al 27%, a pesar de que en los últimos años, antes de la pandemia y la gran crisis política del último quinquenio, el Perú era la superestrella de la estabilidad económica de Sudamérica, un país referente de la disciplina fiscal, el garante del “chorreo” funcional.
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Sin embargo, en el Perú pasa que las buenas políticas o al menos aquellas que, con unos ajustes, son mejorables son las que más fácilmente son desbaratadas por envidia, por negligencia o por ese afán tan latino, pero sobre todo peruano, de nuestros políticos de querer sentirse refundadores de la República. En otras palabras, la multitud de presidentes que han ostentado el poder en este tiempo no han sabido articular sus mejores intenciones con las políticas preexistentes que, repetimos, eran mejorables pero no descartables, echando por tierra la oportunidad de seguir creciendo para generar una repartición más equitativa y un desarrollo más integral. Ni el derechista PPK ni sus indefinibles sucesores, ni el izquierdista Pedro Castillo supieron lograr esa superación cualitativa del sistema económico demostrando que el fracaso no tiene que ver exclusivamente con la ideología que tal o cual mandatario profese, sino con su inteligencia administrativa y su capacidad de ver por encima del presente inmediato para construir al margen de las más mezquinas circunstancias. No tuvimos buenos administradores, sino solo socios inmorales de grandes empresas (?) o maniqueos dinamitadores del lucro; no tuvimos presidentes equilibrados, verdaderos estadistas. La recesión a la que ingresa el Perú hoy es la peor consecuencia.
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Dina Boluarte quien el 28 de julio pedía perdón al país por los 60 muertos en las protestas, dejando la duda de si el Estado era culpable de crímenes de lesa humanidad o si solo se trataba de un congraciamiento perverso con las familias de los fallecidos, revelando así su falta de brújula política y su oportunismo no parece ser la indicada para capitanear al país en estos momentos. Como no va a renunciar, a no ser que la crisis vuelva inviable su permanencia en el poder, lo mejor sería ensayar una especie de “minishock”, dejando el Gobierno en manos técnicas para recomponer las líneas maestras del crecimiento. Solo después habrá tiempo para la política.