En esta semana -que parece más corta de lo habitual- hemos visto cómo se siguen produciendo ataques sexuales o de género sin que la autoridad parezca hacer algo.
Primero, un influencer de poca monta, al parecer, habló de más y terminó confesando su participación en una violación; luego, una niña de once años ha sido atacada en Iquitos en una acción que ha sido calificada con toda razón de “abominable”.
¿Qué está pasando en el país, que con frecuencia la violencia se canaliza hacia los más débiles? ¿Nos estamos deshumanizando a pasos acelerados o es que la perversión está ganando terreno en una sociedad de fundamentos morales más relajados? Puede ser todo lo mencionado: en la confusión actual de la conciencia colectiva, hemos convertido a la violencia contra los más vulnerables en un motivo de broma, de risa, de alegría que no se detiene a examinar hasta qué punto traicionamos la empatía a cambio de un momento de diversión.
¿Qué necesitamos para salir de este hoyo de la inmisericordia, de la insensibilidad y el crimen? Debemos insistir, desde las familias, en una formación que responda éticamente al desafío de los tiempos: ni el robo ni la violencia sexual ni ningún tipo de opresión, discriminación y ataque están justificados en una sociedad que enarbola la razón como principio, método y finalidad.
Hay en estos momentos un tropel de muchachos que, en su búsqueda de una identidad y un motivo, corren detrás de ciertas figuritas y figurones del mundo del espectáculo, el “deporte” y la Internet. Trasladan a sus vidas en formación los modelos de estos personajes que, como tantas otras apariciones repentinas en el ambiente “artístico”, tienen limitaciones, yerros, delitos en algunos casos, y por lo mismo no pueden constituir ejemplos de infalibilidad.
Corresponde a las familias desarrollar virtudes y fortalezas que impidan que el ser, por más joven que sea, se deje arrastrar por lo peor de la sociedad. Este grupo de “lo peor” generalmente aparece vestido de luces y bajo el auspicio de las grandes marcas. Por ello necesitamos que los jóvenes estén investidos de una moral a prueba de todo. Los padres de familia, por esto mismo, no pueden abdicar de su rol orientador y su deber de responder preguntas.