Los médicos, los profesionales de la salud, los policías y los soldados, así como los periodistas, los canillitas y los proveedores de alimentos, cumplimos con nuestra labor en medio de grandes riesgos.
Sin embargo, el cuidado para con estas vidas humanas, que se arriesgan para que la sociedad no colapse, es desigual. ¡Gran novedad! Que la desigualdad, incluso, se manifieste con indolencia en esta crisis.
Seguiremos diciendo que es una negligencia mayúscula que se haya escogido al hospital Santa Rosa, sin infraestructura adecuada, sin capacidad, para ser el hospital COVID-19, pero mucho peor es que, cuando ya se está solicitando personal para este nosocomio, aún no haya equipos de protección suficientes ni ventiladores ni nada.
¿Ofrecer 8.000 soles a un médico general a cambio de convertirse en mártir es una propuesta atractiva? En modo alguno. La medicina es un servicio, pero ello no puede ser invocado para chantajear a profesionales a servir en esta guerra sin armas ni corazas.
¿Por qué la exministra Pilar Mazzetti no se asoma por la región y aclara estas preocupaciones? Con el titular del Minsa no contamos porque, con el perdón y permiso de los creyentes, solo nos manda a rezar novenas.
La misma situación de precariedad debe advertirse en la Policía Nacional y el Ejército, que siguen en las calles con unas mascarillas de tela que, en las actuales circunstancias, no sirven ni para limpiarse el sudor.
Cada día hay más agentes contagiados y las respectivas jefaturas tratan a los quejosos como desertores. ¿Acaso la cuarentena y las medidas de excepción dictadas por Vizcarra también han cancelado el derecho a crítica?
No son pocos los ciudadanos que se preguntan por qué los policías de Tránsito dejan circular a vehículos de toda clase, a pesar de que la orden de inamovilidad es clara: es miedo, señores, miedo al contagio, miedo a contagiar a familias enteras.
Un solo individuo es capaz de contagiar a cuatro y así continúa la cadena exponiencial. El miedo es real, y las instituciones deben proceder ya para calmar los ánimos y evitar que la moral de los uniformados se convierta en el pánico de los desprotegidos.
No tratemos a los médicos, enfermeras, técnicos, policías y soldados como la última rueda del coche nacional. Al fin y al cabo, ellos garantizan la vida y el orden.